miércoles, 24 de marzo de 2010

El reino de las sombras, de Máximo Gorki

La noche pasada estuve en el Reino de las sombras.
Si supiesen lo extraño que es sentirse en él. Un mundo sin sonido, sin color. Todas las cosas –la tierra, los árboles, la gente, el agua y el aire- están imbuidas allí de un gris monótono. Rayos grises del sol que atraviesan un cielo gris, grises ojos en medio de rostros grises y, en los árboles, hojas de un gris ceniza. No es la vida sino su sombra, no es el movimiento sino su espectro silencioso.
Voy a tratar de explicarme para no ser tachado de loco o de hacer concesiones al simbolismo. Estuve en el Aumont viendo el cinematógrafo de Lumière : la fotografía animada. La extraordinaria impresión que produce es tan compleja y única que dudo de mi capacidad para describirla en todos sus aspectos. Sin embargo, trataré de expresar los que son fundamentales.
Cuando se apagan las luces en la sala donde se expone el invento de Lumière, aparece de pronto en la pantalla una gran imagen de color gris. Una calle de París, sombras de un mal grabado. Si se observa fijamente, se ven coches, edificios y personas en diversas posturas, congeladas e inmóviles. Todo en un tono gris, el cielo allá arriba es también gris, no se anticipa nada nuevo en esta escena demasiado familiar, pues más de una vez hemos visto imágenes de las calles de París. Pero, de pronto, un raro estremecimiento recorre la pantalla y la imagen recobra vida. Los carruajes que llegan desde alguna parte de la perspectiva de la imagen se mueven hacia ti, hacia la oscuridad en la que estás sentado; más allá de las personas aparece algo que se destaca, más y más grande, a medida que se acerca a ti; en primer plano, unos niños juegan con un perro, pasan unos ciclistas, y los peatones cruzan la calle sorteando los coches. Todo se mueve, rebosa vitalidad y cuando se acerca al borde de la pantalla se desvanece tras ella, no se sabe dónde.
Y en el medio de todo, un silencio extraño, sin que se escuche el rumor de las ruedas, el sonido de los pasos o de las voces. Nada. Ni una sola nota de esa confusa sinfonía que acompaña siempre los movimientos de las personas. Calladamente, el follaje gris ceniza de los árboles se balancea con el viento y las grises siluetas de las personas, se diría que condenadas al eterno silencio y cruelmente castigadas al ser privadas de todos los colores de la vida, se deslizan en silencio sobre un suelo gris.
Sus sonrisas son inanimadas, aunque sus movimientos están llenos de energía vital, tan ligeros que son casi imperceptibles. Su sonrisa es muda, aunque puedes ver los músculos contraerse en los grises rostros. Ante ti se despliega una vida, una vida carente de palabras y despojada del espectro de los colores vitales: una vida gris, muda, desolada y lúgubre.
La visión es espantosa, porque lo que se mueve son sombras, nada más que sombras. Encantamientos y fantasmas, los espíritus infernales que han sumido ciudades enteras en el sueño eterno acuden a la mente y es como si ante ti se materializase el arte malévolo de Merlín. Como si hubiese encantado la calle entera, como si, del tejado a los cimientos, hubiese aplastado los edificios de varios pisos hasta reducirlos al nivel del suelo. Ha empequeñecido a la gente en idéntica proporción, despojándola del poder de la palabra y difuminando los tonos del cielo y la tierra en una coloración gris monótona.
De este modo ha empujado su grotesca creación a un rincón de un oscuro restaurante. Repentinamente se escucha un chasquido, todo se desvanece y aparece ante ti un tren en la pantalla. Se lanza directamente hacia ti, ¡cuidado! Da la impresión de que va a precipitarse en la oscuridad sobre el espectador, convirtiéndolo en un montón de carne lacerada y huesos astillados y reduciendo a polvo y fragmentos rotos esta sala y el edificio entero, lleno como está de mujeres, vino, música y vicio.
Pero también éste es un tren de las sombras.
Sin un ruido, la locomotora desaparece por el borde de la pantalla. El tren se detiene y una serie de figuras grises surgen mudas de los vagones, saludan en silencio a sus amigos, ríen, andan, corren, rebullen y… se van. Aparece entonces otra imagen. Tres hombres sentados a una mesa, jugando a las cartas. Sus rostros están tensos, sus manos se mueven con rapidez. La avaricia de los jugadores es traicionada por los temblorosos dedos y la contracción de los músculos faciales. Juegan… De repente, estallan en risas y el camarero que se había detenido con la cerveza junto a su mesa se ríe también. Ríen hasta desternillarse sin emitir un solo sonido. Da la impresión de que hubiesen muerto y sus sombras estuviesen condenadas a jugar a las cartas en silencio para toda la eternidad. Otra imagen. Un jardinero está regando las flores. El chorro de agua gris, que sale de la manguera, se deshace en forma de fina lluvia. Cae sobre los macizos de flores y las briznas de hierba, aplastadas por el agua. Sale un chiquillo que pisa la manguera cerrando el paso del agua. El jardinero contempla la boca de la manguera y en el mismo momento el chico retira el pie, con lo cual el jardinero recibe el chorro en plena cara. El espectador imagina que la lluvia va a alcanzarlo, y tiene el impulso de protegerse. Pero en la pantalla el jardinero está ya persiguiendo al granuja por todo el jardín, y cuando lo atrapa le propina una paliza. Pero la paliza es muda, y tampoco se escucha el gorgoteo del agua que fluye de la manguera abandonada en el suelo.
Esta vida, gris y muda, acaba por trastornarte y deprimirte. Parece que transmite una advertencia, cargada de vago pero siniestro sentido, ante la cual tu corazón se estremece. Te olvidas de dónde estás. Extrañas imaginaciones invaden la mente y la conciencia empieza a debilitarse y a obnubilarse…
Pero de pronto, a tu lado, se escucha un animado parloteo y la provocadora risa de una mujer… y recuerdas que estás en el Aumont, el local de Charles Aumont. …¿Por qué entre todos los locales este notable invento de Lumière había de abrirse camino y ser exhibido aquí, este invento que afirma una vez más la energía y la curiosidad de la mente humana, desentrañándola y atrapándola, y que… en su intento de ahondar en el misterio de la vida ayuda de paso a construir la fortuna del Aumont? No percibo aún la importancia científica del invento de Lumière pero no hay duda de que la tiene y probablemente será útil a los fines generales de la ciencia, es decir mejorar la vida del hombre y desarrollar su pensamiento. No es esto lo que encontramos en el Aumont, donde no se fomenta ni se da a conocer sino el vicio. ¿Por qué pues en el Aumont, entre las “víctimas de las necesidades sociales” y entre los holgazanes que compran aquí amor? ¿Por qué entre todos los locales han escogido éste para la exhibición de la última conquista científica? Es probable que el descubrimiento de Lumière se perfeccione rápidamente, pero lo hará en el espíritu de la Aumont-Toulon and Company.
Junto a los films ya mencionados se proyecta Le déjéneur de bébé, en el que aparece un trío idílico. Una joven pareja con su regordete primogénito se sienta a la mesa del desayuno. ¡La pareja está tan enamorada, son tan encantadores, alegres y felices, y el niño es tan gracioso! La escena logra una impresión de belleza y felicidad. ¿Tiene esta escena familiar sentido en el Aumont?
Todavía hay otra. Las obreras de una fábrica, formando un grupo compacto, alegre y risueño, salen corriendo a la calle. También esto queda fuera de lugar en el Aumont. ¿Por qué recordar aquí la posibilidad de una vida limpia, de trabajo? No tiene ningún sentido. En el mejor de los casos, esta película no hará sino conmover dolorosamente a la mujer que comercia con su sexo.
Estoy persuadido de que estas imágenes serán pronto reemplazadas por otras más de acuerdo con el tono general del Concert Parisien. Por ejemplo, proyectarán una película titulada: El desnudo, o La dama en el baño, o Una mujer en la intimidad. También podrían filmar una sórdida pelea entre marido y mujer y ofrecérsela al público con el título de Las bendiciones de la vida en familia.
Sí, indudablemente se harán este tipo de películas. Ni lo bucólico ni lo idílico tienen ningún futuro en el mercado ruso, sediento de cosas picantes y extravagantes. También puedo sugerir algunos temas a desarrollar en cinematografía, para diversión del público. Por ejemplo: empalar un parásito de la actualidad sobre una estaca, según la costumbre turca, fotografiarlo y exhibirlo después.
No es exactamente picante pero sí muy edificante.

Estudio del programa de Lumière para el Festival de Nizhni-Novgorod, publicado en el diario Nizhegorodski listok el 4 de julio de 1896 con el seudónimo de “I. M. Pacatus”. (traducción de Leda Swan).

sábado, 13 de marzo de 2010

Manifiesto


Si Chaplin no se hubiese comido un zapato. Si Búster Keaton no se hubiese trepado a una locomotora. Si Tod Browning no hubiera hecho Drácula con Lugosi.. si Boris Karloff no hubiera sido el monstruo de Frankenstein. Si Clark Gable no hubiera tomado entre sus brazos a Vivien Leigh y no la hubiese subido por esa escalera. Si Katharine Hepburn no hubiera roto el palo de golf de Cary Grant. Si Ingrid Bergman no le hubiera dicho a Humphrey Bogart “el mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos. Si Bogart no le hubiera dicho a Claude Rains “este es el comienzo de una hermosa amistad”. Si Lauren Bacall no hubiera pedido un fósforo. Si Errol Flynn no hubiera muerto con las botas puestas en el Little Big Horne. Si Orson Welles no hubiera dicho Rosebud. Si Glenn Ford no le hubiera dado esa cachetada a Rita Hayworth. Si Richard Widmark no hubiera tirado a la paralítica por la escalera. Si Vittorio de Sica no hubiera imaginado una historia con bicicletas. Si Robert Ryan no hubiera ganando una pelea que debía perder. Si Gene Kelly no hubiera bailado bajo la lluvia. Y Fred Astaire con un perchero. Si James Stewart no hubiera mirado por la ventana indiscreta. Si John Wayne no hubiera tomado entre sus brazos a Natalie Wood para decirle “vamos a casa, Debbie”. Si James Dean no hubiera acercado su silla al lecho de su padre enfermo. Si a Mónica no hubieran  gustado los veranos. Si la doncella no hubiera tenido una fuente. Si Rocco no hubiera tenido hermanos. Si Bogart no le hubiera dado veinticinco mil dólares a Toro Moreno. Si los Beatles no hubieran viajado en el submarino amarillo. Si Marlon Brando no se hubiera muerto jugando con su nieto en un jardín. Si Robert Duvall no hubiera dicho “amo el olor del napalm por la mañana”. Si Dustin Hoffman no se hubiera graduado. Si Federico Luppi no se hubiera cortado la lengua. Si Aristarain no hubiera filmado mi primera novela. Si Michelle Pfeiffer no hubiera sido Gatúbela. Si Thelma y Louise no hubieran salido a la ruta. Si tantino no hubiera leido novelas baratas. Si nada de esto hubiera sido así, amaría al cine como lo amo. Pero, lo juro, así fue. Y ustedes lo saben tan bien como yo.
  
“Manifiesto”, en Pasiones de Celuloide de José Pablo Feinnmann